Los aplausos a las 21:00. Las fotos amasando pan. Las citas inspiradoras en Instagram. Las publicidades que nos quieren vender todo, incluso la alegría de estar en casa. Por todos lados parecería que el mensaje es que en esta cuarentena “estamos todos (y todas) en la misma”, que esta es una batalla que debe lidiar la humanidad toda, y que ese colectivo, “la humanidad”, nos protege a todxs; por lo tanto debemos sentirnos orgullosos de él. El coronavirus, dicen muchxs, vino a mostrarnos que, a pesar de nuestras diferencias, somos todxs uno. Estamos todos en el mismo barco.
A ver. Es cierto que humanxs somos todxs. Hay ciertas condiciones sanitarias muy específicas que tienen que darse para que sigamos vivos y no nos enfermemos, y, hasta cierto punto, todxs tenemos chances de tener coronavirus. Hasta acá más o menos bien. Pero hay factores que van mucho más allá de eso. Existen otros tipos de vulnerabilidad que solo afectan a algunxs: quienes están expuestos a situaciones como la discriminación, la pobreza, la falta de derechos y de recursos.
Durante la pandemia, muchas de estas diferencias se hicieron especialmente notorias, sobre todo para algunxs que en sus normalidades anteriores no tenían dificultad alguna para ignorarlas: no estamos todos en el mismo barco cuando hay algunos que pueden acceder a cuidados médicos si se enferman, trabajar desde sus casas con la seguridad de seguir ganando dinero, estudiar digitalmente, pedir comida por delivery para no tener que salir a buscarla, tener una conexión estable a internet e innumerables otras cosas, mientras que otros carecen de estas posibilidades. Pensar a la cuarentena como algo semi-divertido, como un descanso o una posibilidad de aprendizaje, o incluso pensarla como una leve molestia porque tenés ganas de volver a ver a tus amigxs es un privilegio. Y de eso me interesa hablar.
Los privilegios no se dan de manera aleatoria: a nivel sistémico, los varones suelen ser más ricos que las mujeres, los blancos que los negros o los latinos, los cisgénero y heterosexuales que los miembros de la comunidad LGBTQ+. Claro que esto no implica que los hombres blancos heterosexuales no tengan problemas, pero sí es muy poco probable que estos sean la consecuencia de discriminación por su género, su sexualidad o su color de piel. Eso es ser privilegiadx: no tener que preocuparse por ciertas cosas, saberse “””normal”””. Muchas veces, los privilegios no son cosas que podemos hacer y el resto no, sino cosas que el resto hace, vive o piensa, y que a nosotrxs jamás se nos habrían ocurrido. Por eso a veces es tan difícil entender los privilegios: porque tienen que ver con lo que no vemos, con lo que no somos.
Hay privilegios de todo tipo, y cada persona tiene algunos y carece de otros. El coronavirus puso sobre la mesa varios que siempre fueron muy notorios, pero también algunos que no tanto: Es más difícil afrontar una pandemia si, como los habitantes de las villas de emergencia en Buenos Aires, no tenes agua, pero también si es estadísticamente más probable que los médicos descrean de tus síntomas o se rehusen a atenderte, como le pasa a la comunidad afrodescendiente en EEUU. Manejar la tecnología y por asociación saber inglés se convirtieron en privilegios para muchxs trabajando o estudiando desde casa. Y así hay infinitos ejemplos. Porque el coronavirus no nos mete a todos en el mismo barco, de ninguna manera. Todo lo contrario: viene a amplificar todas las desigualdades ya existentes.
Pero este asunto está lejos de terminar acá. Porque nos guste o no, esta pandemia es una consecuencia directa de la crisis climática y ecológica y de nuestro sistema de producción y consumo. Los desastres naturales ocasionados por esta crisis también afectan en mayor medida a los sectores más vulnerables de la población. Por eso la justicia climática es un asunto de derechos humanos, y por eso negar la existencia o la gravedad de la crisis también es un privilegio. Igual que lo está siendo ahora, en diversos lugares del mundo, hacer marchas anti-cuarentena o negarse a usar barbijos, alegando que nada es tan grave como parece. Que algo no te parezca grave porque no te afecta a vos personalmente te hace privilegiadx, y también, ya que estamos, pone en cuestión tu capacidad de empatía. Para negar la gravedad de algo hay que poder elegir no verlo, y cuando unx pertenece a un colectivo con mayor riesgo de contagiarse el virus o sufrir las consecuencias de un desastre natural, no se puede dar ese lujo.
Los privilegios muchas veces operan así, dándonos la posibilidad de elegir qué vemos y qué no. Nuestro sistema en sí mismo depende de que quienes somos privilegiadxs de distintas maneras no nos demos cuenta del todo hasta qué punto lo somos. O eso o que no nos importe. Muchas veces suceden ambas. Sabernos prvilegiadxs incomoda, porque nadie quiere asumir la responsabilidad por un sistema que promueve tantas injusticias y tanta violencia. Nadie quiere, una vez que conoce todo eso, asumirse como parte. Eso a simple vista puede parecer noble, pero en realidad negar nuestros privilegios no hace más que continuar alimentando a ese sistema. Es imposible destruir algo que no se reconoce. Por eso nuestra responsabilidad es entender de qué maneras somos privilegiadxs, y de qué maneras no, para usar esas injustas ventajas en favor de quienes no las tienen y no seguir pretendiendo que la desigualdad es cosa del pasado.
Es bellísimo creer que la cuarentena nos une y que estamos todos en el mismo barco. Es muy cómodo pensarlo así desde casas cómodas con internet, calefacción y comida. Pero no es tan así. No, no estamos todxs en el mismo barco. Estamos todxs navegando en la misma tormenta, cada unx en el barco que tiene. Algunxs pocxs en yates y cruceros. Otrxs en balsas que apenas logran salvarse de las olas. Ojo, la tormenta no deja de existir para quienes tienen un barco más cómodo. Y hay personas, la mayoría de nosotrxs de hecho, que tenemos barcos cómodos en algunos sentidos e incómodos en otros. Tener uno de esos no te hace mala persona, pero tampoco te exime de hacerte cargo de las ventajas que sí tenés. Es nuestra responsabilidad mirar de frente los privilegios que nos tocaron, y usarlos sabiamente, no para seguir perpetrando injusticias, sino para visibilizar, proteger y elevar a quienes no los tienen, para no dejar a ningún barco atrás.